Confiesa.
No sabe por qué un día decidió, sentado en una terraza de la Plaza Mayor de no sé qué pueblo de España, ir recaudando conversaciones ajenas que le parecían atractivas, de las mesas vecinas de los bares de las ciudades que visitaba.
Ya había escrito alguna cosa. Recuerda Soliloquio o Viola i l´Estel. Así que, sin ninguna ambición, se dispuso, aprovechando que se jubilaba, a plasmar en un papel historias de amor, o desamor, que descubrió que venían a ser lo mismo.
Recogía cualquier frase, anécdota o circunstancia que le parecían posibles aportaciones a un relato que empezaba a atropellarle sin él advertirlo, y escudriñó en su memoria, sacando de una cajita escondida y polvorienta los recuerdos fundidos con la imaginación, que fue generosa, y así le salió Roïns, su primer libro publicado.
Ya jubilado, recaló en Andalucía y descubrió la riqueza y variedad de su idioma. Siguiendo su costumbre, no tardó nada en recopilar expresiones, que ha utilizado, con mucho respeto y admiración, en este librito, Ginés y los tres padre nuestros.